
En nuestra larga experiencia en disoluciones de parejas -ya sean parejas de hecho o matrimonios- existen dos grandes tónicas dominantes:
1.- La culpa es del otro, si no funcionamos como pareja es por su actitud.
2.- La culpa es mía. Pienso en divorciarme, pero me siento culpable por ello.
Ambas posturas son extremas entre sí, pero como siempre suele ocurrir, los extremos terminan tocándose, y en este caso el punto sobre el que estriban ambas es idéntico: la famosa culpa.
¿Por qué usamos como medida la culpa en lugar de la felicidad? Supongo que, como dice con mucho humor Les Luthiers:”Errar es humano, pero echarle la culpa a otro… es más humano todavía!” La culpa distorsiona, desenfoca y no responde a la pregunta principal ¿Me siento feliz con mi pareja?