PAULO COELHO

En nuestra larga experiencia en disoluciones de parejas -ya sean parejas de hecho o matrimonios- existen dos grandes tónicas dominantes:

1.- La culpa es del otro, si no funcionamos como pareja es por su actitud.

2.- La culpa es mía. Pienso en divorciarme, pero me siento culpable por ello.

Ambas posturas son extremas entre sí, pero como siempre suele ocurrir, los extremos terminan tocándose, y en este caso el punto sobre el que estriban ambas es idéntico: la famosa culpa.

¿Por qué usamos como medida la culpa en lugar de la felicidad? Supongo que, como dice con mucho humor  Les Luthiers:”Errar es humano, pero echarle la culpa a otro… es más humano todavía!” La culpa distorsiona, desenfoca y no responde a la pregunta principal ¿Me siento feliz con mi pareja? 

 

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